por Christian Marquant
¿Un giro a la izquierda (el nombramiento de un prelado de «izquierda», Ronald Hicks, en Nueva York, quien, sin embargo, no se opone a la Misa Tradicional), o un giro a la derecha? Nicola Spuntoni, en un artículo publicado en Il Giornale el 16 de diciembre, revela que el Papa, quien ha convocado un consistorio extraordinario para los días 7 y 8 de enero, envió a los cardenales una carta antes de Navidad describiendo la agenda de tres puntos para este consistorio: su participación en el gobierno de la Iglesia, la sinodalidad y la cuestión litúrgica.
Huelga decir que, en este último punto, el estatus de la Misa Tradicional después de Traditionis Custodes no será el único tema a tratar, pero es evidente que será un elemento importante, si no el único, que provocará un debate cardenalicio. Esta es la opinión de Spuntoni, quien está particularmente bien informado. Es fácil imaginar a los cardenales Müller y Burke, y probablemente también al cardenal Brandmüller, y a otros también —¿Zuppi? ¿Aveline?— abogando por la calma. De hecho, el frenesí mediático en torno al acontecimiento, no significativo en sí mismo, pero de importancia simbólica, como señaló la prensa internacional, que fue la autorización de una misa tradicional en San Pedro para la peregrinación Summorum Pontificum, ha conmovido, quizás incluso inquietado, a Roma y al Santo Padre.
Y la Curia sabe, por la información procedente de Estados Unidos, Europa y otros lugares, que Traditionis Custodes no solo no ha logrado enterrar el problema, sino que lo ha exacerbado, o al menos ha revelado que es insoluble: la cuestión litúrgica debe necesariamente tenerse en cuenta. Esto es claramente evidente en Francia. La Croix marcó la pauta en un artículo del 11 de diciembre, escrito por Matthieu Lasserre y Ève Guyot, «Los católicos que rezan tanto en latín como en francés», basado en una encuesta de Ifop para Bayard-La Croix, que indicaba que el 33 % de los feligreses habituales (la encuesta especifica: quienes asisten a misa todos los domingos) no tienen nada en contra de la misa en latín: el 9% dice que la misa tridentina es su favorita; el 25 % que ambas les gustan por igual; y el 67 % que no tiene nada en contra del rito tridentino. Sí, ahora es La Croix quien afirma estas cifras, que Paix Liturgique lleva tiempo publicando.
Y luego está la encuesta en vivo sobre los «tridentinos»: los periodistas de La Croix asistieron a una misa dominical en Lyon, en la iglesia de Saint-Georges. Al salir, observaron: numerosas familias con niños pequeños; solo un puñado de personas mayores; algunos extranjeros de paso; y, sobre todo, muchos jóvenes adultos. Estos jóvenes «a quienes les gusta la misa tradicional», como se repiten con preocupación los obispos de Francia.
Los obispos están particularmente preocupados por este fenómeno de mezcla, que La Croix analiza extensamente: muchos feligreses asisten a ambos ritos. Claramente, el contagio se está extendiendo del ámbito tradicional al de Pablo VI, aunque tal vez también el estilo de las parroquias ordinarias esté difundiéndose hacia las parroquias tradicionales: «Muchas parroquias se han “tradicionalizado”, señala un joven matrimonio de Lyon que «juega a dos puntas», al mismo tempo que en ciertas parroquias tradicionales hay algunas cosas que cambian un poco.
Para comprender mejor el fenómeno, Matthieu Lasserre y Ève Guyot se centraron en los católicos practicantes que resistieron el «contagio» (aquellos que, por ejemplo, dejaron su parroquia para buscar otra en la que, por ejemplo, el Padrenuestro se canta en latín). Estas personas explicaron que un elemento importante de esta «tradicionalización» es el nuevo perfil de los jóvenes sacerdotes, que se alinea necesariamente con el de los jóvenes católicos practicantes, ya que provienen de su propia comunidad: predicación rigurosa, prácticas ritualistas y el fomento de la posición de rodillas y la comunión en la boca.
Uno de estos feligreses, que se queja de que algunos los hacen sentir «responsables del colapso de la fe», coincide en que existe un problema fundamental, un problema de la fe misma. Esto es precisamente lo que el Papa Francisco afirmó claramente para explicar su abolición de Summorum Pontificum. Siempre volvemos al adagio lex orandi, lex credendi: optar por la liturgia del pasado significa necesariamente optar por la fe que expresa la fe del pasado. Bajo la crítica a la Misa de Pablo VI se esconde la del Concilio.
Además, si, como es posible, se produjera una relajación de facto de la represión contra la liturgia tradicional, ésta iría acompañada inevitablemente de la advertencia ritual, escuchada desde 1984: «Podéis elegir la Misa tradicional, pero sólo con la condición de que reconozcáis al Concilio». Queda por ver qué significa «reconocer», e incluso qué es exactamente este Concilio, que, a diferencia de los concilios del pasado, no excomulgó a nadie, pero que, por otro lado, exige una reverencia muy particular: como si ya no se tratara de la comunión, sino del propio Concilio que ahora se recibe de rodillas. Es de temer (si es que se puede decir temer…) que este Concilio quede obsoleto junto con la sinodalidad, mediante la cual se intentó rejuvenecerlo. Es evidente que cuanto más se intente suprimir el libre debate teológico, más florecerá.
En cualquier caso, sesenta años después de la clausura del Vaticano II, la cuestión litúrgica es más ineludible que nunca.
Fuente: Paix Liturgique
