por Guillermo Villa Trueba
Las preguntas son unos bichejos fascinantes, que vienen en todos los tamaños y tonalidades.
- Las hay muy elementales, aquellas que casi cualquier chiquilín podría responder sin dificultad: ¿qué edad tienes? ¿Te gusta el helado de fresa? ¿Cuál es tu dinosaurio preferido?
- Existen otras patudas y colmilludas, de esas que exigen mucho seso y un semblante serio: ¿cuál es el diagnóstico del paciente? ¿Cómo podemos optimizar la rentabilidad de la empresa? ¿Conviene reformar determinada ley?
- Y hay un tercer grupo, el de las “señoras preguntas”, que nos confrontan con interrogantes de calado trascendental y ante las que no cabe sino quitarse el sombrero, rascarse la cabeza y guardar prudente silencio mientras rumiamos.
Precisamente fue una pregunta de esta última categoría la que desenjauló en una reciente conversación un querido amigo sacerdote-tico, inquieto y sagaz, para más señas-: “Don Guillermo, usted que ha andado de arriba abajo por el mundo y ha podido conocer la realidad de nuestra Iglesia en tantos lugares, cuénteme qué necesidades concretas observa. ¿Qué consejos le daría a un cura para mejorar su parroquia?”. Lo dijo así, como a quien le entra la súbita curiosidad de saber cómo va a estar el clima mañana, y se quedó tan tranquilo (¡es lo que tiene ser cura!).
Naturalmente, una pregunta de este tipo jamás debe fumarse a toda prisa, cual vil cigarrillo de liar, sino que hace falta paladearla como puro de calidad, que amerita cierto tiempo y esmero. Además, cuando uno se adentra en asuntos tan peliagudos, corre el riesgo de irse por las ramas, encarrilándose hacia cuestiones “candentes” como la conveniencia de ampliar el acceso a la misa tradicional o de abolir el celibato sacerdotal obligatorio. Pero al cura de a pie no le corresponde emprender ambiciosas reformas litúrgicas ni modificar disciplinas eclesiales multiseculares. Su nobilísima misión es la de pastorear hacia los prados esmeralda de la salvación a la porción del rebaño que le ha sido encomendada ni más ni menos que por Cristo, el (Buen) Pastor por antonomasia.
En esa tesitura, tras algunos días de reflexión, me permito ofrecer cinco consejos a este buen amigo -y a cualquier sacerdote que quiera escucharlos-. Lo hago por lo bajini, lo hago a petición de parte y lo hago, ante todo, compelido por el canon 212 del Código de Derecho Canónico, que confiere a los laicos el derecho (a la vez que impone la obligación) de manifestar -tanto a sus pastores como a los demás fieles- su opinión sobre aquello que atañe al bien de la Iglesia. Comparto estos consejos con la convicción de que, si al menos uno le resulta valioso a algún cura, todo habrá valido la pena.
Vamos a ello:
1. Reintroducir en las homilías los temas escatológicos, pregonando las realidades de las postrimerías de ultratumba.
Aquellos sermones encendidos sobre el pecado, el infierno, la acción diabólica, el purgatorio y el juicio final, que durante siglos avivaron los corazones de los fieles católicos, han quedado arrumbados en el baúl de los recuerdos preconciliares, para dar paso a charlas de motivación y superación personal, desde las que se invita a la gente a una mayor participación “social” y a ser “mejores personas”.
Si en las últimas décadas varias sectas protestantes le han comido la tostada a la Iglesia en numerosas regiones de Hispanoamérica y España, ello obedece, en buena medida, a que sus (autoproclamados) pastores aún se atreven a hablar de aquellos temas trascendentales a los que tantos sacerdotes rehúyen con tal de contemporizar. Huelga decir que la fidelidad a las enseñanzas magisteriales de la Iglesia debe ser una constante en la prédica y no una anomalía ocasional, pero, lamentablemente, la referencia a cuestiones escatológicas -o, como diría el padre Castellani, “esjatológicas”- es infrecuente incluso entre curas bienintencionados que no se desvían de la recta doctrina.
Que nos quede claro: la Iglesia no es un club de autoayuda ni una oenegé, sino la esposa de Cristo, y su misión central es la salus animarum, la salvación de las almas, que tan necesitadas están de respuestas sobre las preguntas más profundas que puede hacerse el hombre. En palabras del santo de Hipona, “nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que encuentre descanso en Ti”. Dicho con menos tacto, nuestros corazones no encontrarán reposo en el activismo social ni en la cacareada “fraternidad universal”. Solamente en Él.
2. Predicar con valentía y sin pelos en la lengua, distinguiendo entre bien y mal.
No hay que tener miedo a catequizar, a exigir y, cuando la ocasión lo amerite, a lanzar diatribas y rapapolvos. Sería un craso error asumir que el grueso de la feligresía se conoce de cabo a rabo el Catecismo, pues muchas personas jamás han escuchado siquiera las enseñanzas más “duras” de la Iglesia. Sin embargo, el llamado que Cristo nos hace a los católicos -clérigos y seglares por igual- es a dejarlo todo, a recoger nuestra cruz y a seguirlo. Con valentía.
Y, si bien los fieles anhelamos -o deberíamos anhelar- una vida de exigencia, para numerosos parroquianos, la perniciosa y potente influencia de la cultura mundana ha difuminado a tal grado la línea entre virtud y pecado que la brújula de sus conciencias ha perdido el norte casi por completo. ¿Cuántos de nosotros no hemos sido culpables de dejarnos llevar por la falsa compasión que está en boga, solapando los deseos desordenados de algún ser querido con tal de ahorrarnos una conversación incómoda o de ser tachados de intolerantes? Ahora más que nunca, necesitamos del acompañamiento, del aliento y de la guía de nuestros pastores.
Por ello es tan necesario catequizar desde el púlpito, hablando con caridad, pero sin tapujos ni eufemismos, para que a todos les quede claro cuáles son las enseñanzas de la Iglesia y qué es lo que Cristo espera de cada uno de nosotros.
3. Hacer hincapié en la centralidad de la Eucaristía, enfatizando la presencia real y llamando a los fieles a examinar sus conciencias.
Un fenómeno llamativo en numerosas parroquias de los Estados Unidos es que, al momento de la comunión, la práctica totalidad de los fieles se levanta como Fuenteovejuna -todo el pueblo a una- a comulgar, mientras los confesionarios permanecen vacíos durante la semana. De hecho, no son pocas las parroquias que apenas ofrecen confesiones uno o dos días por semana -y en horarios complicados para quienes tienen jornadas laborales normales-.
Ante este mal, que también se ha extendido por España e Hispanoamérica, la respuesta no puede ser otra que enfatizar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, pues ¿acaso no debemos guardar el máximo respeto al Dios vivo, que está realmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en el pan y el vino?
Corresponde al sacerdote poner a disposición de los fieles un calendario de confesiones razonable y concienciarlos sobre la importancia de no comulgar en pecado mortal, explicando que hacer tal cosa es tanto como poner en riesgo la propia salvación. Como afirma San Pablo en la primera epístola a los corintios, el que come del pan y bebe del cáliz sin haber discernido primero, come y bebe su propia condenación. Así de claro.
4. Devolver la reverencia a la liturgia, poniendo fin -de una vez por todas- a la informalidad y a las ocurrencias.
Debemos reconocer que las necesidades pastorales han cambiado en las últimas décadas y el problema principal al que se enfrenta la mayoría de las parroquias -a nivel de vivencia de la fe- ya no es aquella estereotípica rigidez cincuentera, farisaica y malencarada, sino una falta de reverencia que abarca desde la dejadez propia de la apatía hasta los más burdos abusos litúrgicos imaginables.
No hace falta irse a las banderas arcoíris sobre los altares o a los celebrantes con disfraces de payasos o animales; basta con pensar en los abusos que se cometen cada semana en múltiples parroquias “normales”: parafrasear las oraciones del misal, delegar la homilía a los laicos, referirse a Dios como “Madre”, negar a los fieles la comunión en la boca, permanecer en la sede mientras los ministros extraordinarios distribuyen la Eucaristía, etc. Y es que, si los jóvenes -o quienes se acercan por primera vez a la Iglesia- no ven seriedad y solemnidad en el culto a Dios, ¿cómo podrán convencerse de que -a diferencia de lo que ocurre en un “servicio” protestante- están en presencia del Señor de cielo y tierra?
La solución más inmediata se halla en una sencilla paremia que han acuñado los católicos estadounidenses: “Say the black, do the red”. Con esto, se refieren a que basta con que el sacerdote recite con devoción los textos que están impresos en color negro en los libros litúrgicos -concretamente, en el Misal Romano- y a que realice correctamente los gestos marcados por las rúbricas, que aparecen en color rojo, para garantizar que la liturgia guarde el mínimo de reverencia exigible.
Los fieles -especialmente los jóvenes- no queremos más “creatividad” ni más ocurrencias. Nos estremecemos ante lo que Benedicto XVI llamó “el rostro deslucido de la liturgia posconciliar” y añoramos las viejas tradiciones de la Iglesia, esas de las que fuimos privados por aquellos que en su momento las tildaron de antiguallas casposas y que ahora se rehúsan a reconocer sus yerros. Pero la forma en que rendimos culto a Dios no es baladí; antes bien, es reflejo inequívoco de lo que realmente creemos: Lex orandi, lex credendi, lex vivendi.
5. Recuperar la música solemne y el latín, conforme al bosquejo planteado por los padres conciliares en diciembre de 1963.
En El Espíritu de la liturgia, el Papa bávaro explica que la liturgia católica es siempre “liturgia cósmica” porque, cuando participamos en la misa, nos incorporamos a una celebración que nos precede y en la que nos unimos a los ángeles y a los cristianos que nos han antecedido. Es por eso que debemos prescindir de los criterios modernos que nos invitan a inundar la liturgia de expresiones subjetivas de la voluntad humana, ya que solo insertándonos en la tradición podemos escapar del aislamiento individual y hallar refugio en la comunión de los santos; de ahí el inmenso valor de estos dos vehículos cultuales, la música y la lengua, para devolver a la liturgia el lustre que jamás debió haber extraviado.
¿Por qué durante tantos siglos el latín y la música sacra se tuvieron en la más alta estima? Quizá sea porque nos permiten separar con claridad la liturgia del grueso de nuestras actividades cotidianas, haciéndonos ver que estamos accediendo a un plano más elevado -el del culto a Dios-. Tal vez se deba a que preservan y dan continuidad a la fe, ya que son los mismos cantos y oraciones que rezaba la Iglesia en otras épocas. O posiblemente sea porque proporcionan cierta uniformidad a los católicos, permitiendo que los fieles de distinta lengua y procedencia cultural puedan rezar juntos, como verdaderos hermanos.
Sea cual fuere el motivo, la constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II reconoció el valor de estos dos elementos, al establecer la primacía de la música sacra, en particular del canto gregoriano y de la polifonía (nn. 112-116), así como la importancia de la preservación del latín (n. 36), que los fieles estamos llamados a dominar a grado tal que seamos capaces de recitar o cantar en dicho idioma las partes de la misa que nos corresponden (n. 54).
¿Acaso es disparatado aspirar a entonar el Agnus Dei en la lengua en la que lo hacían Santa Teresa de Ávila y San Juan Bosco? ¿O intentar que la música de la misa sea palmariamente diferenciable de las chabacanerías que copan los ambientes seculares? Me rehúso a creer que es mucho pedir.
Conclusión
Sé que escuchar de sopetón las verdades del barquero puede resultar abrumador, pero, frente a las redes del desaliento y del conformismo que Lucifer y sus legiones tienden para ofuscarnos, Cristo ha llamado a nuestros sacerdotes a ser pescadores de hombres. Pescadores que son humanos y que se equivocan, pescadores que a veces se sienten extenuados, pescadores que, de vez en cuando, requieren que sus ovejas -o sus bacalaos- se acerquen a ellos para darles un consejo o señalar caritativamente algún yerro… pero pescadores que, al fin y a la postre, cuentan con el auxilio infalible y sobreabundante del Dios vivo.
Nuestro Señor no pide perfección o genialidad. Le basta con que reconozcamos nuestros pecados y nos acerquemos con el corazón contrito y abierto a la gracia. Por eso, para ser un buen sacerdote no hace falta ser un brillante latinista ni un as de la oratoria, como tampoco es menester elevarse en cada sermón a las alturas teológicas del Doctor Angelicus o del padre Garrigou-Lagrange, pues, como cavila Fernando Navales -el aguzado antihéroe de Juan Manuel de Prada– en Mil ojos esconde la noche, “no todos podemos ser genios, y tal vez sea mejor así, porque no siempre la genialidad, o lo que el mundo entiende por genialidad, nace del bien. En cambio, todos podemos elegir el bien, si nos lo proponemos”.
Oremos por nuestros curas, para que también ellos se propongan elegir el bien.
Fuente: Religión en libertad

Respecto al punto de la música, hay que discernir bien qué es fundamental y qué es accesorio. Naturalmente que es bueno que los fieles conozcan las oraciones esenciales en latín y el Kyrie en griego y se ha de catequizar en ello (buena medida poner un par de pantallas grandes donde se lea bien la letra, en un par de meses todo el mundo las chapurrea si no se las sabe ya).
Pero eso no ha de excluir que se puedan tocar otros instrumentos además del órgano en la iglesia. Una guitarra no va contra la solemnidad de la liturgia, ni un violín, por poner otro ejemplo. Si las aporreas, igual que si tocas mal un órgano, no ayudará. Pero cuando hay actitud y cierta aptitud, todo va en ayuda del culto.
Y hace falta cultivar más aún la música católica no litúrgica, como la música de alabanza, por ejemplo. En eso los protestantes nos llevan años de ventaja, haciéndolo bien, con recursos. En parte lo hacen porque no tienen Eucaristía, su doctrina hace aguas porque recorta muchas partes de la propia Biblia, huyen de la Virgen y de los santos como si se tratase del demonio, etc. Pero buena parte de sus canciones son perfectamente cantables por un católico y nosotros aún componemos poca música contemporánea de fe. Hoy se busca transcendencia y pureza litúrgica pero también con los medios de hoy. No solo Hakuna, como decía otro comentario: Fruto del Madero, Athenas, Martín Valverde, Trigo 13, Alfareros, Matt Maher, Tuyo, etc. Si se quiere que el feligrés tenga cultura cristiana, también debe beber de dónde puede encontrarla en el mundo de hoy. Sin necesidad de plantearlo como una disyuntiva, sino como un complemento. ¿El micrófono ha supuesto algún cambio respecto a la predicación en los púlpitos elevados antiguos (es una pena que no se utilicen ya)? Sustancialmente no. Pues lo mismo con la música.
Respecto al punto de la música, hay que discernir bien qué es fundamental y qué es accesorio. Naturalmente que es bueno que los fieles conozcan las oraciones esenciales en latín y el Kyrie en griego y se ha de catequizar en ello (buena medida poner un par de pantallas grandes donde se lea bien la letra, en un par de meses todo el mundo las chapurrea si no se las sabe ya).
Pero eso no ha de excluir que se puedan tocar otros instrumentos además del órgano en la iglesia. Una guitarra no va contra la solemnidad de la liturgia, ni un violín, por poner otro ejemplo. Si las aporreas, igual que si tocas mal un órgano, no ayudará. Pero cuando hay actitud y cierta aptitud, todo va en ayuda del culto.
Y hace falta cultivar más aún la música católica no litúrgica, como la música de alabanza, por ejemplo. En eso los protestantes nos llevan años de ventaja, haciéndolo bien, con recursos. En parte lo hacen porque no tienen Eucaristía, su doctrina hace aguas porque recorta muchas partes de la propia Biblia, huyen de la Virgen y de los santos como si se tratase del demonio, etc. Pero buena parte de sus canciones son perfectamente cantables por un católico y nosotros aún componemos poca música contemporánea de fe. Hoy se busca transcendencia y pureza litúrgica pero también con los medios de hoy. No solo Hakuna, como decía otro comentario: Fruto del Madero, Athenas, Martín Valverde, Trigo 13, Alfareros, Matt Maher, Tuyo, etc. Si se quiere que el feligrés tenga cultura cristiana, también debe beber de dónde puede encontrarla en el mundo de hoy. Sin necesidad de plantearlo como una disyuntiva, sino como un complemento. ¿El micrófono ha supuesto algún cambio respecto a la predicación en los púlpitos elevados antiguos (es una pena que no se utilicen ya)? Sustancialmente no. Pues lo mismo con la música.
Yo iba los domingos a una Iglesia con misa a las 8 am, porque por el horario tempranero no había guitarra acústica ni las canciones típicas de las iglesias parroquiales. Sólo una señora mayor cantando antífonas.
Hace unos meses los curas hicieron un esfuerzo y finalmente consiguieron guitarrista que quiera tocar domingo 8 am.
Lo lamenté bastante. Algo que ayudaría mucho es que se aplique una política de misas con distintas características en distintos horarios, así por lo menos los que quieren una misa más reverente pueden ir a tal hora, y los que prefieren un ambiente de fogón a otra, y así sucesivamente.
Yo creo que la atracción por la misa tradicional en gran parte es más bien rechazo a la irreverencia de la misa post CVII.
Bueno, esto se asemeja a aquello del Gordo sobre desenvainar la espada para defender que el pasto es verde. A tal situación se ha llegado. Saludos.
Wanderer y lectores, ¿qué les parece esta carta pastoral de Mons. Zordán? ¿Impropia de un obispo?
https://www.unoentrerios.com.ar/sociedad-y-tendencias/obispo-gualeguaychu-advirtio-practicas-populares-ajenas-o-contrarias-la-fe-n10226112.html
No solo Halloween , sino también el Gauchito Gil. Y la Pachamama. Y el Universo y las Energías.
En una Verbo del ’59 leí hace poco que parroquia quiere decir algo así como la tierra de los extranjeros, porque los cristianos somos extranjeros en nuestra propia patria, porque no somos de este mundo.
No sé qué tiene que ver, pero desde que me mudé hace 7 años y empecé a ir al Santísimo Redentor de Buenos Aires, ya no duermo en el sermón.
Será porque hablan de religión moral cristiana y catequesis y no de cosas de este mundo.
Pablo Casaubon
El problema es que los curas casi no tienen autoridad moral para hacer estas cosas.
Muy buen punto!!!
En los años 80, había un programa humorístico en la televisión argentina cuyo temario era la vida matrimonial. Allí uno de los matrimonios compuesto por una mujer, tan bella como bruta se exasperaba con su marido grotesco y pícaro que daba unas vueltas verborrágicas para explicarle lo inexplicable hasta convencer de nada a su esposa que se quedaba embelesada frente a él y exclamaba ¡PONÉ UN COLEGIO JUAN!
Discúlpeme la referencia, pero fue inevitable recordar aquello al leer las sugerencias al cura. Por un extraño motivo creemos que la vida de fe se soluciona con unos tips de educación ¿y la vida religiosa? Afortunadamente donde vivo se cumplen casi por completo sus sugerencias y los curas me hacen la misma pregunta que le han hecho a ud. Paso seguido, sin esperar el desarrollo de una conversación, pues no me atrevería a dar consejo, ya se encuentran hablando de pesca o de futbol o de vaya a saber que cuestión secular. Colegios parroquiales donde se “estudia” a santo Tomás, concursos de tesis tomistas. La moral impecable… Bueno, juntas a cien tomistas parroquianos y no conseguís que entre todos levanten un alfiler. Una liturgia decorosa, que de tan secular le nacen hijos torcidos; una especie de sibaritas litúrgicos que de pronto descubren “la misa de siempre”. En sus preocupaciones sólo se encuentran los autos y los viajes.
Es, quizás, la necesidad de recuperar en la Iglesia la vida regular. Ocurre, y perdón por la impertinencia, que a San Tomás no hay que estudiarlo, es necesario meditarlo hasta que duela. Allí está su contra retrahentes como botón de muestra. Lo cierto es que Nuestro Señor no nos promete una diplomatura, la Promesa es de vida eterna.
Staret
Me parece que los consejos que da el autor del posteo resultan obvios para cualquier cura bien intencionado. El problema no es que los sacerdotes ignoren lo esencial de estas recomendaciones. El problema es cómo convencerlos para que quieran aplicarlas, ya que el motivo por el que no lo hacen, es que su formación los ha colocado en un lugar diferente donde nada de lo que usted propone les parece sensato.
Saludos cordiales.
Ciertamente deberían ser obvios, pero hay curas bien intencionados que, por la misma “formación” (o deformación) deficiente que han recibido, se creen que la gente quiere más irreverencia y que si fueran solemnes se espantarían… Y muchos tienen ganas de complacer.
Parece escrito por Fuenteovejuna. No es un halago.
Para ser franco, no me inspira confianza el recurso a más CVII para resolver los problemas del CVII… . Casi casi que es preferible el «indietrismo».
Hilbert
No perdamos la perspectiva, que esto no es tan fácil como a.CVII d.CVII.
Es un hito. Y un mito. No puede evitarse el a.c./d.c. En él se pone el anti-arquetipo por todo lo que él y su espíritu significan de anti católico. La otra discusión es interna.
Hilbert
Ayer, mi obispo dijo en la homilía «No hay que estar a la expectativa de lo que vaya a decir el Papa León, a ver si es ortodoxo o hereje… ese no es el Espíritu católico.
El católico acata todo lo que dice el Papa, el dulce Jesús en la Tierra, como decía santa Catalina de Siena».
Más allá del disparate (si el Papa se tira un pedo, el obispo va a decir «qué rico olor»), con ese argumento se le puede argüir «el Concilio dijo…»
Aunque la verdad, no vale la pena gastar pólvora en chimangos.
En la facultad de Teología de la UCA se enseña que el mismo Concilio Vaticano II ya se quedó en el tiempo. Que hay que hacer más reformas para seguir adelante con el impulso que el CVII dió a la Iglesia.
super
¡¡Que bueno sería que este artículo le llegara al obispo Barba de San Luis, quien hace todo lo contrario a lo expresado en los 5 artículos descriptos!!
La Diócesis va en caída libre y se ha convertido en un jolgorio, cada día que pasa es peor…
“¡Cuántas veces al cruzar
En esa inmensa llanura, (ya es la Patagonia)
Al verse en tal desventura
Y tan lejos de los suyos,
Se tira uno entre los yuyos
A llorar con amargura!” (Martin Fierro)
Estimado Wanderer
Muy bueno el artículo, pero me sorprende el sacerdote, ciertamente es un personaje real, casi un “Padre Brown” pues por estos lares (navigatio ad meridies) hablaríamos de una ficción literaria. Estoy en un todo de acuerdo con los puntos que Usted menciona, pero por estas latitudes, dudo sepan el “Pater Noster”, y si les menciono el “canto Gregoriano”, ¿Gregorio cuánto?, ¿es un grupo de cumbia villera?, ¿de rap?; donde el “leit motiv” de un episcopo “partido”, era “hay que desestructurar la Iglesia”
Asisto a Misa, viendo donde es celebrada con mayor reverencia, en la mayoría de las homilías desconecto “mi audio”, al igual que a la cacofonía musical imperante. (“Non in commotione Dominus” 1 Rs. 19, 11 ).
Y para “sobrevivir” en este contexto eclesial, sigo aquello de Juan XXIII: “Omnia videre multa dissimulare, pauca corrigere”
“El dijo: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela” I R 19:10
consejos acertadísimos, en mi opinión.
Están muy bien los puntos, pero hay un elemento que brilla por su ausencia: el factor humano. La parroquia no se identifica con su templo, ni con una capilla o un oratorio. Estrictamente, la entidad «parroquia» supone la relación comunitaria entre familias y vecinos. Así, mientras que el articulista fue preguntado por la parroquia, él terminó hablando únicamente del culto. No está mal, claro, porque el culto es el centro de la vida parroquial. Pero para comentar lo que comenta, se hubiera contentado con hablar del culto en general.
Sigo en otro comentario porque me alargaba. Estaría interesante debatir lo que voy a exponer sobretodo con sacerdotes que nos lean. Que haría yo litúrgicamente si fuera párroco de una parroquia de barrio (ciudad grande) en España?
1.- Revestirme bien y dignamente. No se trata de casullas de guitarra, que son magníficas algunas, sino de revestirse dignamente y al completo, lo que incluye amito si no hay un alba que tape el cuello. Fieles han de ver qué no se está haciendo cualquier cosa y por eso nos vestimos como corresponde.
2.- Cantar o leer la antífona del día. Debida explicación en el sermón de qué es una antífona de entrada, que significa. Bien puede hacerse tras el canto de entrada que en castellano puede ser muy digno. Sería interesante que progresivamente la antífona de dijera o incluso cantara en latín con traducción y explicación breve en el sermón.
3.- Asperges, en el mismo sentido que lo anterior. Propuesta de aprender el canto al coro si lo hubiere.
4.- No hacer nunca acotaciones. El momento de la «improvisación» es la homilía.
5.- Kyrienen griego. Es facilísimo. A la gente le gusta poder decir que sabe palabras en griego. Pertinente explicación si se desconciera.
6.- En la medida de lo posible preselección de lectores y con todo tacto, escoger varones. Es un tema parecido al de los ministros extraordinarios y monaguillos. Propongo que si se cuenta con acólitos de edad suficiente lean ellos habitualmente.
7.- En solemnidades, tratar de cantar el salmo si existiera coro.
8.-Si fuera posible canto de las secuencias que existen. Es posible recitar el Dies Irae en el Novus en misas de difuntos? Si no, yo haría unos breves comentarios al Dies Irae, que es bellísimo en el sermón.
9.-En los sermones de ferias haría una breve referencia al martirologio/santoral o explicación si es una misa votiva o témporas. Los fieles no conocen nada de todo esto.10.- Ofertorio con su canto correspondiente si fuera posible. Si no selección de uno pertinente y que pueda tener relación con el tiempo.
11.- Incensación? Como mínimo en las solemnidades. Si es caro el incienso, yo se lo pago.
12.- Cánones, el que se considere conveniente o corresponda, si bien en solemnidades introduciría siempre el Canon Romano. En las palabras de la consagración bajaría intencionadamente la voz. Alguien ha probado a celebrar con el micro apagado y decir que se ha roto? Jeje
13. Campanillas a la elevación absolutamente imprescindible. Turiferario si fuera posible. Ad orientem? Tema complicado. Primero hay que educar a los fieles en todo lo anterior. Huelga decir que si fuera por mi, el altar dispuesto con cruz central y todos sus cirios. Nada de flores sobre el altar. Eso es una batalla sobretodo con las señoras, pero hay que librarla con tacto.
14. Padrenuestro siempre cantado que se pueda y en el tono del ordinario.
15. Agnus Dei en latín cantado. Si es menester, tras cantarlo se dice en castellano. Aquí como en el Credo progresivamente puede enseñarse a arrodillarse.
16. Siempre que se pueda, comunión con patena. Nada de ministros extraordinarios si no es absolutamente imprescindible. Vale la pena que se alargue la comunión. No hace falta enseñar a la gente a comulgar de rodillas dándoles discursos, es más fácil simplemente colocar reclinatorio y que lo utilice quién quiera.
17. Salve Regina o Regina coeli al acabar. Todos nos lo sabemos y quién no se lo sepa lo aprende. Si hace falta que me manden la factura y yo pago la impresiones de un cantoral bilingüe.
En fin, no es fácil nada de esto y menos en según que pueblos pues «aquí Don Pepe lo hizo siempre así» y donde hay grupos juveniles siempre es difícil el tema de la música. Hay que tener mucho tacto y sobretodo ser un pastor en lo demás si se quiere ser pastor docente en lo litúrgico. Por cierto, en las ciudades grandes es absolutamente imprescindible recuperar también el sentido de la tradición popular y eso implica que aunque sea la primera vez que se haga EN SAN ANTONIO ABAD SE BENDIGAN ANIMALES, se festeje como corresponde al titular del templo y otros santos con devoción parroquial y eso implica de forma impepinable NOVENAS, TRIDUOS, QUINARIOS PROCESIONES. De verdad es muy difícil hacer una procesión de Minerva en la Octava de Corpus? De verdad no puede hacerse una ROGATIVA sencilla en Pascua al santuario cercano? Aquí evidentemente juega el número de fieles y su edad, pero vaya. Y animar por supuesto a la participación como parroquia de las festividades locales y diocesanas. Si hay superávit, toda parroquia debe tener un guión/estandarte y bandera procesional al menos de su titular. Y así podríamos seguir todo el día, con el monumento del Jueves Santo, rorate, in albis, domingo de ramos etc.
Por lo demás, un horario claro y cómodo de confesiones, rosario y adoración, eso como mínimo. Además si se puede cursos pastorales y lo más importante:
ES EL CURA EL QUE ADAPTA SU HORARIO A LA PARROQUIA, NO AL REVÉS. Y si cuesta hacerlo todo, se pide ayuda al consejo parroquial. Y las cuentas que las lleve un laico de confianza, bastantes quebraderos de cabeza tiene ya un cura.
Cisneros
por los «padres conciliares» estamos como estamos…FIN. Además, ¿todo pasa por la liturgia únicamente? ¿No va a confesar el señor párroco como Dios manda? ¿No visitará a los enfermos o mandará como el señor de las llaves sus maridos que no soportan sus mujeres menopáusicas o mujeres en menopausia que quieren hacerse de la parroquia cual «obispa» protestante, personas que ya no tienen nada qué hacer en sus casas sino mirar la tele? Me parece que está bien eso pero no es lo único. Y aclaro que no soy de aquellos que piensa que el cura deba hacer reunión y reunioncita con cualquier bicho que se acerca a la parroquia y menos ir a las infumables reuniones del clero donde el vejestorio barrial se sorprendería de tantas sandeces que se hablan allí sea del expositor progre, del obispo que no pierde oportunidad para releer aquellos panfletos insulsos diocesanos con miles de indicaciones para todas y todes que se mandan a las parroquias por cualquier medio actual y tradicional. Además, la lengua de los curas, peor que la serpiente más venenosa….
Genial artículo…y bueno también.
Centrándonos en el apartado litúrgico, la premisa debe ser esta sin perjuicio de la libertad que corresponde a la forma extraordinaria:
Primero lo que todos conocen, después lo que algunos conocen.
No estoy con ello diciendo que la situación creada por Traditiones deba alargarse en el tiempo, pero si que a corto/medio y largo plazo, la situación de la forma extraordinaria y sobretodo de la Iglesia universal, va a depender muy mucho de la situación del Novus Ordo, más que del hecho de que existan comunidades florecientes alrededor de la forma extraordinaria. La batalla litúrgica no se está librando en esas pequeñas comunidades, si no en las parroquias «»»»normales»»». Exagero el término para que todos los entendamos.
Veámos sencillamente quién sigue yendo a misa, en España por ejemplo, en 2025. Las formas más estrafalarias no gustan a prácticamente nadie menor de 70 años, es un hecho. El latín no se pide a gritos por el pueblo, eso también es un hecho, pero quienes tienen entre 20 y 50 años y van a misa a día de hoy, está claro que buscan trascendentalidad. Quienes buscan «compromiso social» en la Iglesia no van a misa. Y el tema Hakuna es un tema a parte, que no me gusta por su manierismo, pero para ser justos, a nivel litúrgico tienden más a la trascendencia por si origen Opus (su problema es la obsesión con la innovación y hacer las cosas «a mí manera», por eso son manieristas)
Volviendo al tema, en la inmensa mayoría de parroquias, los cristianos de a pie de misa dominical tienden a esa trascendentalidad y no hay parroquia más feliz que la que tiene un cura «espiritual». Quieres decir eso que los fieles que tenemos, pues no hay otros a parte de las charos, lo que buscan es trascendentalidad y litúrgicamente triunfa el que efectivamente lee lo negro y hace lo rojo y eso vale tanto para el castellano como el latín.
Que hacemos entonces con el latín? Pues aquí estoy depende de los sacerdotes que tengamos más que de los fieles. El canto del Agnus, el Kyrie en griego y el asperges pueden ser fácilmente introducidos a modo de formación. A la gente también le gusta aprender sobre su propia historia y patrimonio. No es lo prioritario pero es importante pero todo esto está en el tejado de los curas.
Ya lo dije en un comentario. Si hay algún sacerdote diocesano sensibilizado con la misa tradicional, lo primero que debe hacer es celebrar siempre siempre siempre bien el Novus y progresivamente introducir todo lo tradicional que permite el Novus, PERO ACOMPAÑADO DE LA DOCENCIA A LOS FIELES.
Hay que recordar que siempre se ha predicado no solo acerca de las lecturas de la misa sino también alrededor del sentido de alguna de las partes de la misa.
Cisneros.