Hace algunas semanas nos preguntábamos si el Papa León podía ser calificado de “hombre gris”. Por un lado, vemos que es un pontificado de colores, y por tal me refiero a la constante restauración que estamos observando de pequeñas tradiciones que se habían perdido en el pontificado de Bergoglio, o incluso antes. Hagamos un rápido e incompleto repaso:
- León XIV celebra la misa, lo hace devotamente y resulta claro que cree en lo que celebra.
- No sólo la celebra, sino que la canta, y en latín.
- Utiliza ornamentos bellos, muy alejados del costoso pobrismo francisquista.
- Viste dalmática debajo de la casulla, como dispone el ritual.
- Volvieron al Altar de la Confesión la cruz y los candelabros históricos. Por ahora, puestos en oblicuo, pero presumo que pronto ocuparán el centro del altar.
- La «misa de medianoche» volvió a celebrarse a las 22 hs., como en las últimas décadas, y ya no a las 19, la absurda hora bergogliana que quitaba todo sentido a la celebración.
- Se retomó la tradición de celebrar públicamente la misa del día (de Navidad), que se había perdido en 1993 (¿Habrá celebrado en forma privada también la misa de la aurora?).
- Volvieron los cuatro diáconos asistentes del pontífice.
- El Papa utiliza sotana de un tejido digno -no transparente como Bergoglio- y con sobre mangas.
- Ayer, volvió a utilizar la faja con el escudo pontificio bordado en ella.
- Utiliza cuando es requerido el hábito coral: roquete, muceta roja y estolón rojo bordado con su escudo de armas.
- Esta semana volvió a aparecer el trono de terciopelo rojo y madera dorada, con los escudos pontificios, tanto en la Sala Clementina como en la loggia de San Pedro.
- Utiliza semanalmente la villa de Castelgandolfo para descansar y hacer deportes.
- Asiste a los concierto musicales que se dan en honor.
- A comienzo del próximo año se trasladará a vivir al Palacio Apostólico.
- Estacióno el Fiat 500 blanco de Francisco en alguna cuadra pontificia, y utiliza un automóvil acorde a su rango.
- Haciendo caso omiso a las disposiciones de su antecesor, otorga graciosamente el título de «Capellán de Su Santidad» a sacerdotes a los que quiere distinguir particularmente.
Algunos dirán estúpidamente que es un «atentado a la inteligencia» fijarse en esos cambios. Otros dirán que se trata solamente de cambios cosméticos, y éstos tienen razón. Pero lo que ocurre es que las tradiciones (con «t» minúscula») son siempre cosméticas, pero no significa que no tengan importancia. De hecho, son ellas las que revelan verdadades y misterios, así como los accidentes revelan a la sustancia. Si a un elefante le quitamos muchos de sus accidentes (trompa, colmillos, orejas), ya no se lo reconocerá como el paquidermo que es. No es grave que se omitan algunos de los detalles «superficiales» que hemos enumerado; el problema es que si se quitan todos, comienza a oscurerse la verdad católica del pontificao romano.
Sin embargo, es verdad que hasta ahora, la recuperación de estas bellas tradiciones tan propias de nuestra Iglesia no se ha visto acompañada de otros gestos que tendrían mayor peso específico en la vida de la Iglesia. Si nos detenemos en los discursos, homilías y demás alocuciones pontificias, nos parece estar escuchando a Juan Pablo II, con todo lo bueno y lo previsible que tiene esta semajanza, aunque el Papa León está muy alejado por cierto de las platitudes bergoglianas.
Y, peor aún, el hecho crucial de los nombramientos episcopales han dejado también los colores y se han anclado en los grises. Los dos nombramientos episcopales más relevantes de León XIV (Nueva York y Westminster) acentúan los tonos grisáceos. Y los acentuará también el nombramiento del próximo arzobispo de Lima que tendrá lugar posiblemente antes de fin de año, ya que los tres nombres de la terna poseen características análogas a los de Mons. Hicks y Mons. Moth. Quizás se morigere esta lamentable tendencia si, como se comenta en la Curia, en julio próximo se nombre en la sede ambrosiana (Milán) al cardenal Pierbattista Pizzaballa, actual Patriarca Latino de Jerusalén.
Pero, ¿cuáles son las características de los candidatos elegidos? La de ser, precisamente, “hombres grises”, y por tal me refiero a hombres de fe católica con perfiles de centro, más o menos escorados a la derecha o a la izquierda, pero que no despertarán oleadas de protestas o iras en ninguno de los dos sectores en los que dejó profundamente dividida la Iglesia el Papa Francisco y que, además, garantizan que no generarán conflictos.
La cuestión, a mi entender, es que evitemos juzgar esta política seguida por el Papa como algo negativo. Yo hubiese preferido la nominación de Mons. Cordileone para Nueva York y la de Mons. Wilson para Westminster, pero yo no soy el Papa afortunadamente, y no tengo ni su visión de conjunto ni su conocimiento de la frágil situación de la Iglesia. Es posible que para los tiempos que vivimos sean precisamente los tonos de grises los adecuados para mantener la unidad, sin claudicar en la fe, que es el munus del Sucesor de Pedro. Porque si los tonos fueran más netos, como el rojo o el azul, indefectiblemente nos enfrentaríamos con un cisma.
Algunos dicen que no hay que tener miedo al cisma; que si la situación empuja a él, pues entonces es cuestión de embarcarse en esa aventura. Yo no estoy tan seguro; es verdad que en las iglesias orientales los cismas son frecuentes y tienen poco de traumático, pero en la iglesia romana, con una estructura jerárquica tan rígida y con un formato tan jurídico, un cisma es cosa muy seria y dolorosa. Y es necesario hacer todo lo posible por evitarlo.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que León XIV recibió una Iglesia en estado catastrófico, que en los últimos diez años se había manejado a golpe de arbitrariedades y caprichos, con países completamente diezmados como es el caso de Argentina o España, y con personajes a los que resulta muy difícil apartar de sus puestos. Y aquí nos adentramos en el segundo tema del post que bien puede ser introducido por este breve video que circula en las redes:
Lo dijimos el 5 diciembre con un artículo de Charles Collins: resolver el problemón del cardenal Tucho Fernández no es empresa fácil. En el Vaticano ya es de conocimiento público que el Papa no lo quiere, y que no lo quiere ni un poquito siquiera. Y eso Tucho lo sabe y es por eso que ha puesto en pie de guerra a toda su “armada Brancaleone” para defenderlo. Resulta muy sugestivo, como señaló Infovaticana, que luego de un par de artículos publicados por Religión Digital en defensa del prefecto, haya sido justamente ese portal, que es apenas leído en el medio digital español, el que filtró la primicia del nombre del nuevo arzobispo de Nueva York. ¿Quién le pasó el dato cinco días antes de que se hiciera público por los canales oficiales? Tucho está acostumbrado a pagar en especie; pregúntenle al ex-sacerdote Ariel Príncipi.
Todavía más, hace una semana el cardenal prefecto organizó junto a un grupo de adláteres, una jornada de… “algo académico” para los estudiantes religiosos hispanoamericanos que están en Roma, y nada menos que en el Aula del Sínodo (no hace asco en utilizar los privilegios de la púrpura), y él fue, por cierto, el orador principal, ataviado con todos los aparejos cardenalicios. ¿De qué habló? De la Santísima Virgen María, de su grandeza y de la importancia de su devoción. Fueron muy pocos los asistentes que no vieron en la elección del tema un modo bastante obvio de congraciarse con los entristecidos y enfurecidos luego de Mater populi fidelis, y fueron menos aún los que no vieron en este inesperado encuentro un modo de ampliar su base de apoyo en Hispanoamérica porque sabe que no cuenta con el favor pontificio. Su estrategia pareciera ser la de crear un fuerte grupo que lo apoye, amplificado artificialmente por los medios adictos, a fin de condicionar a León o, en el última estancia, conseguir a la hora de la desgracia, un lugar más o menos digno donde caer.
En otro tiempos, el problema de un cardenal incómodo se solucionaba fácilmente. León X, tocayo del pontífice actual, ordenó estrangular al cardenal Petrucci en 1517 y Francisco ordenó deponer al cardenal Burke y enviarlo al trastero de la Orden de Malta en 2014. León XIV es demasiado institucional para soluciones tan drásticas y no sabe dónde aparcar a Tucho. Es ese el motivo por el que aún no lo exoneró de su puesto de prefecto. Lo curioso es que Alciro, nombre con el lo conocían sus compañeros de seminario, sabiendo todo esto y sin tener soporte político ni afectivo en la Curia (recordemos que el P. Daniel Pellizzon está de regreso en Buenos Aires), siga tan campante ocupando su puesto en el palacio del Santo Oficio. ¿No sería más digno para él retirarse a alguna casa religiosa de las periferias y continuar escribiendo libros de autoayuda?
En fin, que el Papa León no la tiene fácil. Él sabía donde se metía, y aceptó el reto. Recemos por él, y que en el nuevo año, cuando comenzará efectivamente su pontificado, sea iluminado por el Espíritu Santo y amparado por María, la Virgen Madre de Dios.
